mayo 02, 2007

Porque estoy aquí, tengo un teclado y ganas de contarlo

Esto es Solo el principio, el comienzo, el malecón de la desventura que estas apunto de sufrir, Pues tienes la pena de estar aquí, oyéndome.

El menor de mis tormentos, desde siempre ha sido la ignominia, sencillamente me avergüenzo por muy pocas cosas, las más simples que no transformo en actos de los escenarios románticos los cuales están a mi alcance, y tampoco he terminado de acabar con la cabeza recostada en los muslos de una morena, la cual seria virtuosamente merecedora de un listón azul en cualquier feria, sea por su belleza o por sus muslos, tanto seria admirada por un jurado de alta costura como por un compendio de entrenadores equinos, y no es que la mire como un par de piernas infinitas (que comienzan en el piso y terminan en el cielo) si no , que siendo este el principio, lo más crudo, que estaría de más no dar el primer paso en este borrador como lo da nuestra especie y es por la carne, por el pensamiento lascivo que cruza nuestras cabezas al haber cumplido más de doce años, entre la delgada linea, limítrofe, entre dos etapas de nuestras muertes.

Así comienza todo, nacemos y desde ese mismo instante, comenzamos a morir, pero nuestro destino trae ya nombre, somos la práctica del pensamiento táctico que acabo de mencionar, el cual tiende a ser menos, lascivo, morboso, libidinoso, sucio vulgar, que como era de esperarse, coincidido en la institución ficticia del romance, ya está, hemos nacido y además de esta suculenta podredumbre, nuestro primer golpe, emisario del resto del tiempo que tardaremos en morir, morirse duele, así tanto.

¿Ves? primero la luz y luego el dolor, seguido de llanto, como en reprimenda de un nuevo miembro a la familia, una de cal y otra de arena pues al fin madurar es comenzar a pudrirse, es pasar por los años acortando la distancia devastadora, esa que hiede a roble y terciopelo.

Con suerte vivirás entregándote a los amantes de la miseria, donde con las horas, impulsos del verdadero sentimiento que realmente te hace sentir fresco, se ven flageladas por una constante de preguntas sin respuestas prontas, un millón de ellas, que tardaras un millón de días, repetidos y rutinarios en responder, al fin, ochenta años luego estarás sentado en un claro, ya lejos de aquella linea delgada donde dejaste tu voluntad, la inexperiencia y el amor, pero cerca de la linea que tiene por grueso el mismo ataúd de roble y terciopelo que olias más cerca con los días, lo suficiente mente caro como para agotar las arcas que tardaste llenando desde el día en que recibiste aquel primer cheque flaco, y puedes ver por primera ves con claridad que has malgastado tu vida y triste mente la viste pasar disfrazada de muerte, mientras tus amores fueron muriendo y tus muertes las causaron amores.

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