septiembre 21, 2012

Creación espontánea de un día cualquiera.

Es temprano y el olor a café invade los pasillos blancos de la universidad y esto me confunde pues no puedo decidir entre poner fin a mi adicción, recién adquirida al ocio o despertar un hambre por el “gustico” de mi tierra amada llena de mujeres delgaditas de cintura, cierro mis ojos con el fin de truncar la confusión intrínseca impulsada por el aroma a un tueste robusto y pienso en esa mujer, imaginándola cual estatua en medio de un jardín floreado en nochecita adentro, cerca de la entrada a la universidad que está lejos de ser mi “alma mater “, quien imponentemente amedrenta con quitarme el sueño pues tiene ojos aún más rubios que sus cabellos trenzados con filo de cuchillo y una frente tan alta que no la alcanzaría con escalera.


De pronto el día pasaba rápido antes del zenit, cuando almuerzo a los pies de ella y su cincelado cuerpo de mármol y granito.

Llega el almuerzo, caliente, el de ella lo está más o por lo menos así lo delata la cantidad de vapor que emana de su plato y se cruza con un irrespeto evidente en mi campo de visión el cual me gusta pensar que ella comparte la mayoría de las veces , yo continúo mi vida, a estas alturas del sol, un poco menos confundido, pero ahora me cuesta no posar una rodilla en la mesa y mojarla en la salsa de lo que sea que estaba comiendo para perder la razón en un beso desesperado mientras le rezo a San judas Tadeo, por mi causa perdida y sea un beso no solo desesperado pero correspondido, lamento desilusionarlos, sin embargo el confort en la primavera de mi vida se ha tornado mi costumbre y prefiero no salir de allí, me conformaré mirándola masticar con elegancia pulcra y dar sentencia final en cada bocado, el cual mataría a cualquiera en cualquier lugar, por ser yo quien llene su boca y en medio del tumulto escuchar su voz llena de una hospitalidad indecente, pues si, pudiese leer mi mente yo no volvería a poner un pie en esta universidad y me emociona, en equidad a varios sonidos los cuales me han emocionado en varias etapas de la vida, la campana del último periodo, el último día de clases del primer año de la escuela o el pitazo del primer gol que hice en la vida, esa voz roquete, provocadora que bien podría castigar mis tímpanos con unas “Buenas noches”, unos “Buenos días” o cualquier tipo gemido en medio de ellos; Fantasía nocturna y luego de una hora finaliza, la mitad del día.

Llega la tarde y el día lúgubre se hace de un bastón cuando llega el otoño de su vida, todos a las tres y pico de la tarde, necesitamos una ayudita para terminar la faena, un bastón, un té o la remembranza del aroma de un tueste robusto mañanero el cual ya no es nada confuso, el ir a casa es una máxima a seguir. No me da tiempo de verle, ni este o ningún otro día, el sol corre despavorido posando entre banderas para hacernos caer en cuenta que aunque carguemos una cámara nunca nos va a dar tiempo de tomar una imagen tan fiel como la que recuerdan en este preciso momento y detrás del sol voy yo agotado, caído cual maratonista luego de su luna de miel, deseando descansar pronto pero saciado en placer.

Ahora bien ese es un día común y corriente en mi vida me he acostumbrado y es fácil pues al fin verla bella es como un libro de cocina. “Agregar una cucharada de sal y marinar al gusto, repita por cinco días, deje descansar dos repita el proceso cincuenta y dos semanas”. Ya tiene una rutina.

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